Un investigador de la Universidad de Málaga, Borja Figueirido, es el autor principal del artículo publicado recientemente en la prestigiosa revista Nature Communications, un trabajo fruto del análisis de restos fósiles de cánidos datados hace millones de años que concluye que el cambio climático tuvo consecuencias directas en la evolución de los linajes de estos depredadores.

En el estudio participaron también científicos españoles y estadounidenses, mientras que los fósiles observados, procedentes de codos y dientes de 32 especies de cánidos guardados en el Museo de Historia Natural de Nueva York, tienen una antigüedad de entre dos y cuarenta millones de años.

Figueirido es contratado doctor en el Departamento de Ecología y Geología de la UMA. Según explica, la principal conclusión de esta investigación es que la evolución del comportamiento depredador en los cánidos (familia Canidae) extintos de Norte América -como son los zorros o lobos actuales- ha estado fuertemente influida por un cambio climático y ambiental ocurrido durante los últimos 40 millones de años.

En todo este periodo de tiempo, el clima de la tierra sufrió una profunda transición (sobre todo en altas latitudes), ya que se pasó de un régimen cálido y húmedo a un posterior enfriamiento que dio lugar al clima que tenemos en la actualidad. Esta tendencia climática también fue acompañada por una marcada transición en la estructura de la vegetación indicativa de hábitats cada vez más abiertos a expensas de la disminución de zonas boscosas.

Esta tendencia hacia la apertura del hábitat tuvo un fuerte impacto en las paleocomunidades de mamíferos, ya que aparecieron por primera vez morfologías del esqueleto en mamíferos ungulados (aquellos que poseen pezuñas y son de régimen herbívoro) indicativas de una dieta abrasiva como es el pasto (p.ej., dientes hipsodontos) y de una locomoción más ventajosa en hábitats abiertos (extremidades más gráciles).

Sin embargo, al ser los grandes herbívoros los componentes faunísticos directamente afectados por cambios en la vegetación, las consecuencias de la expansión de los hábitats abiertos en las faunas de carnívoros predadores han sido comparativamente menos analizadas. Estudios previos sugieren que los carnívoros con esqueletos típicos de predadores a la carrera no evolucionaron hasta el Plioceno, y por tanto, 20 millones de años más tarde de que se produzca la expansión de los hábitats abiertos como las sabanas y praderas.

En este trabajo se utiliza el impresionante y bien documentado registro fósil de los cánidos (familia Canidae) de Norteamérica para dar luz a esta problemática y contestar, por tanto, si las faunas de carnívoros predadores se vieron de algún modo afectadas por la expansión de los hábitats abiertos como ocurrió en los mamíferos contemporáneos de régimen herbívoro.

Dichos cambios afectaron también al modo de caza de los carnívoros, que tuvieron que adaptarse a estos nuevos hábitats con novedosas técnicas de caza. “En un ambiente cerrado, como el de los bosques, no se puede correr (los animales esperan a sus presas agazapados) y en un ambiente abierto, como el de la sabana estricta, no se puede emboscar”, señala Figueirido, que asegura que aquellos cánidos que terminaron cazando en espacios más abiertos -sin bosques-, utilizando para ello la carrera, tenían por ejemplo el codo más grácil.

Con este trabajo, se refuerza la idea de que los depredadores pueden ser tan directamente sensibles al clima y al hábitat como los herbívoros.

El título del artículo es ‘Habitat changes and changing predatory habits y North American fossil canids’. Se publicó el 18 de agosto de 2015 en ‘Nature Communications’ , una revista de acceso abierto que da a conocer investigaciones de alta calidad de todas las áreas de las Ciencias Naturales y que tiene un importante factor de impacto. Firman el trabajo, además del investigador principal, -el profesor Figueirido-, los investigadores A. Martín-Serra, Z. J. Tseng, del Museo de Historia Nautral de Nueva Yorke y C. M. Janis, docente de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Brown (EEUU).


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Nature Communications